Comentario
En 1950 el Régimen de Franco estaba más asentado que en la década anterior. Había acabado con la oposición y no existía presión alguna para que se liberalizara el Régimen. Aunque Franco siempre sería persona non grata para la Europa occidental democrática, se estaban empezando a establecer relaciones normales con su Gobierno y la oposición interna comenzaba a desistir de que se le pudiera derrocar.
Este afianzamiento no llevó al Generalísimo a considerar la posibilidad de introducir medidas liberalizadoras. Según su ex Ministro del Ejército, José Enrique Varela, Franco le habló en privado en 1949 sobre su reciente visita a Portugal y lo que le había aconsejado Salazar: "Cuando estuve en Portugal, Salazar me dijo que, como iba a entrar en un periodo constituyente, debería conceder alguna mayor libertad al país. Yo no daré a España ninguna libertad en los próximos diez años. Pasado ese plazo, abriré algo la mano" (citado en J. M. Gil Robles, La monarquía por la que yo luche, Madrid, 1976, 318-19). Aunque no hay pruebas de que tuviera un plan específico, así fue como transcurrieron los acontecimientos y no hubo cambios significativos hasta finales de los 50.
El Régimen no abandonó su retórica triunfalista. Hacía alarde de su victoria a la mínima ocasión y presentaba a Franco como verdadero líder de la civilización occidental y a España como punto de mira de la atención internacional por su lucha contra el comunismo y su representación de los valores espirituales. En este punto se hacía especial hincapié al considerar que el país era moralmente superior a todos los sistemas divididos y multipartidistas del resto de Europa. A Franco le gustaba hablar a los corresponsales americanos -que cada vez eran más numerosos- de la decadencia moral de los países europeos.
En España, el nivel de vida estaba mejorando y el ambiente que se respiraba en los años 50 era mucho más tranquilo que el de la década anterior. El único problema relevante de los siguientes años tuvo lugar en Barcelona en marzo de 1951. Con motivo de la subida del precio del transporte se hizo un boicot a esta empresa pública, para protestar por el racionamiento y los salarios bajos, que terminó en una huelga masiva en la industria. Varios cientos de miles de trabajadores dejaron su trabajo en lo que sería el acto más numeroso del sector industrial en la historia del Régimen, y al que se siguieron pequeñas huelgas en Vizcaya y Guipúzcoa. Al principio la reacción de la policía fue débil, ya que les había cogido por sorpresa. Además, el capitán general de Barcelona, Juan Bautista Sánchez, conocido por su tendencia monárquica y por tener buena relación con la sociedad catalana, negó una petición para que intervinieran las tropas del ejército. Después de varios días se aplicaron métodos de fuerza y los trabajadores empezaron a regresar a sus trabajos, pero habían obtenido ventajas económicas. Se nombró entonces gobernador civil de Barcelona al general Felipe Acedo Colunga, de la línea dura, y gobernó con firmeza durante los 10 años siguientes.
El primer cambio gubernamental desde 1945 se anunció el 19 de julio motivado por el deseo de fortalecer la administración nacional y liberalizar ligeramente la política económica. En realidad, propugnaba la continuidad mucho más que el cambio, aunque daba ciertas oportunidades a los católicos reformistas. Los cuatro ministros más importantes que mantuvieron su puesto fueron el valiosísimo Martín Artajo en Exteriores, el casi igual de valioso Blas Pérez en Gobernación, el muy útil y leal Girón en Trabajo y el de las Fuerzas Aéreas Eduardo González Gallarza. A la subsecretaría de la Presidencia de Carrero Blanco se le dio rango de ministerio. El renombrado católico civil, Joaquín Ruiz Giménez, que había ayudado al Régimen en 1945, recibió la cartera de Educación como un acto de deferencia con la opinión católica reformista, pero se redujo considerablemente el poder del ministerio. Por primera vez en tres años, en noviembre de 1948 se nombró un Secretario General del Movimiento: Fernández Cuesta, que mantendría también la cartera de Justicia. En el ambiente más relajado de 1951 Franco convirtió esta secretaría también en ministerio. El General Muñoz Grandes, quizá la figura más sobresaliente y prestigiosa de la jerarquía militar, que en las grandes ocasiones seguía luciendo la cruz de hierro de Hitler, recibió el cargo de Ministro del Ejército.